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viernes, 10 de junio de 2016

LOS ADOLESCENTES







Por Mons. Fulton J. Sheen

La adolescencia o sea la edad de los trece a los diecinueve años, es la breve hora entre la primavera y el verano de la vida. Antes de llegar a la adolescencia, hay muy poca individualidad o personalidad, pero en cuanto la adoles­cencia se inicia, la vida emocional adquiere el carácter de su ambiente, como el agua toma la forma del recipiente que la contiene. El adolescente principia a ser consciente de sí mismo y de los otros y por lo tanto, empieza a vivir en soledad. La juventud se siente mucho más solitaria de lo que muchos maestros o profesores suponen; quizá el adolescente agoniza en la soledad de espíritu más grande que encarará durante su vida, hasta llegar a la madurez, cuando el sentido de culpas no redimidas empieza a pesarle sobre el alma adulta.
Entre más proyecta el adolescente su personalidad sobre el mundo que le rodea, más parece alejarse de él. Es como si entre su alma y el mundo existiera un muro. Nunca se autoanaliza por completo. Así como al niño le toma mucho tiempo dominar la coordinación entre sus ojos y manos, igualmente el adolescente tarda en ajustarse a este mundo extenso, al que se siente tan extrañamente unido. No puede tomar las cosas como vienen; la nove­dad, nuevas experiencias emocionales, grandes esperanzas y sueños, inundan su alma, cada una de ellas exigiendo atención y satisfacciones propias. No confía su estado emocional a otros; vive, sencillamente. Es difícil para el adulto penetrar a través del cascarón en que se refugia. Como Adán después de su caída, se esconde para no ser descubierto.
Con la soledad aparece en el adolescente un gran deseo de que se fijen en él, ya que la vanidad es un vicio que ha de reprimirse desde temprano. El afán de notoriedad explica las maneras ruidosas de algunos. Esto no sólo atrae las miradas de otros, sino le hace experimentar un sentido latente de rebelión contra los demás y afirma el hecho de que vive para sí, a su propio estilo y como más le agrada.
Con esta cualidad de impenetrabilidad, se convierte en imitador. En rebelión contra lo establecido y gobernado principalmente por impresiones fugitivas, se asemeja al camaleón, que toma el color de los objetos sobre los que se coloca. Se vuelve un héroe o un bandido, un santo o un ladrón, según el ambiente de sus lecturas o sus compa­ñeros. Este espíritu de imitación se revela en el traje. Pantalón de mezclilla, camisa fuera del pantalón y col­gando como bandera de un ejército derrotado, corte de pelo al estilo de los salvajes de Oceanía; todo esto se hace universal entre la juventud que tiene miedo de “ir contra la corriente”.
Existen muy pocos dirigentes naturales entre los ado­lescentes, pues la mayoría se conforman con seguir a los otros. Y esta imitación inconsciente es un peligro moral, porque el carácter depende de la habilidad para decir “no”. A menos que la educación dé a los adolescentes un entrenamiento de la voluntad, éstos entrarán en la edad adulta convertidos en esclavos de la propaganda y la opinión general y permanecerán así el resto de sus vidas. En vez de crear, imitan. Crear es reconocer el espíritu de las cosas. Imitar es sumergir la personalidad en el fondo más bajo de la masa.


Los mayores no deberían criticarlos demasiado, par­ticularmente cuando se rebelan en su contra. Desde cierto punto de vista no lo hacen contra las restricciones, sino contra sus mayores, por no haberles señalado una meta y un fin en la vida. La protesta de los adolescentes no es consciente. No saben por qué odian a sus padres, por qué se rebelan contra la autoridad, por qué sus compa­ñeros de edad se descarrían más y más. Pero la verdadera razón está oculta; es una inconsciente protesta contra la sociedad que no les ha señalado un patrón de vida. Las escuelas a las que han asistido no les han impuesto restricciones, disciplina o control personal. Muchos de los profesores han definido la libertad y la democracia como el derecho a proceder como se nos dé la gana. Cuando esta fase temporal de rebelión desaparezca, el adolescente buscará una gran causa a la cual entregarse con entu­siasmo total. Necesita un ideal. En muchos casos, los adolescentes actuales carecen de algo mejor para adorar que el héroe cinematográfico o la estrella, el director popular de orquesta o la cantante de radio, hacia los cuales proyectan toda su vida emocional. Esta manifesta­ción típica de la civilización que se derrumba, pasará cuando se produzca la catástrofe. Entonces, la juventud buscará imitar otro tipo de héroe o de santo. Constituye un triste comentario de nuestra civilización, el hecho de que los adolescentes no se agrupen en torno a nuestros héroes nacionales. Y esto se debe a que no están aún listos para ideales más básicos. Pero todo vendrá a su tiempo. Y cuando ocurra, los educadores tendrán que cuidarse para que al reaccionar contra la educación “pro­gresista” desprovista de disciplina, la juventud no siga otros falsos dioses, como los jóvenes de Europa cuando se postraron ante el Nazismo, Fascismo y Comunismo. La capacidad latente para lo valiente y heroico que existe en toda juventud, surgirá pronto a la superficie y Dios lo haga, será en los santos y en los héroes en quienes con­centrará su afecto. El ideal ascético ha sido abandonado por los mayores, pero Dios enviará al mundo nuevas generaciones para darle renovado impulso. Nuestros ado­lescentes encontrarán un día su verdadero ideal en el amor por la patria y en el amor a Dios, particularmente a este último, ya que la función de la religión es hacer que los hombres sean capaces de llevar a cabo sacrificios que, apoyados sólo en la razón y el egoísmo, nunca ascenderían a la superficie.


Más acerca de la Adolescencia





Lo que llamamos adolescencia, cubre el período inter­medio entre la primavera y el verano de los seres humanos. Así como los incidentes que ocurren a los árboles y su floración, determinan el producto, así también la experien­cia de los adolescentes ayuda a moldear su madurez. Algunos jóvenes, como algunos frutos, maduran demasiado pronto y otros nunca parecen madurar, pero hay otros que colman las mejores aspiraciones de las viejas generaciones.
La psicología de los adolescentes es tan importante como interesante. Las tres características dominantes son: introversión, imitación e inquietud.
Introversión: Una característica que a menudo se nos escapa, debido a la energía de la juventud, es su concien­cia de soledad y su sentido de abstracción, nacidos del convencimiento de que existe algo así como una barrera entre ella y el mundo. Los jóvenes tratan a veces de saltar esta barrera, rasurándose antes de tiempo y creyendo cruzar así el muro que separa la adolescencia de la edad adulta; las muchachas usan ciertos vestidos y emplean manierismos muy suyos para cruzar ese puente. Los gestos son pesados, forzados, carentes de gracia; los brazos pare­cen demasiado largos y siempre les estorban; las palabras tienen poco valor de intercambio con los adultos cuando tratan de establecer contacto con el mundo de los mayores. Hay más imágenes que ideas en sus mundos interiores, lo que puede explicar, en parte, su incapacidad para estable­cer contacto con los demás. A veces, esta misma ineptitud aumenta la introversión y retrotrae a los jóvenes de ambos sexos dentro de sí. Como la acción exterior no siempre libera el mundo interior, el adolescente tiene a menudo el recurso de acudir a su mundo interno, lleno de imágenes, donde él o ella viven su aventura, soñándose ellos héroes del football y ellas casándose con un príncipe. Las pelícu­las son populares porque alimentan estos sueños diurnos. Pero el panorama general, sin embargo, corresponde a quien ha llegado, repentinamente, a cierta profundidad de crecimiento interior, pero que no reconociendo su valor, se expresa mal.
Imitación: Existe una profunda razón filosófica para la imitación. El yo se encuentra bajo la necesidad impera­tiva de surgir de su crisálida; el interior se desgarra por afirmar su personalidad. La imitación se vuelve sustituto de la originalidad; ésta obliga a la juventud a su esfuerzo, trabajo, dolor, perseverancia y a veces, al desprecio de los demás; pero la imitación le otorga la exteriorización que necesita por medio de una especie de conformismo social. Encerrada dentro de sí, la juventud tiene que emer­ger. Ya que es más difícil ser uno mismo y como a esa edad no se sabe en realidad lo que se es, tórnase el joven en adorador de héroes; de aquí los clubs de fanáticos, la idealización de los ejecutantes de instrumentos de percu­sión, la idolatría por algunos llamados astros del cine.
Esta es la razón por la cual en la secundaria, pocas veces se encuentra algún joven que vista diferente a los demás. La minoría creadora, en la vida adulta, es muy reducida y por lo tanto, no hay que criticar a la juventud por ser imitadora. Esta actitud de imitación podría ser peligrosa si lo que se idealiza fuera rastrero; pero también puede ser influencia ennoblecedora en la juventud si los imitados son nobles, buenos y patrióticos. La juventud imita porque quiere crear y la creación pone punto final a la introversión en forma constructiva.
Inquietud: Quizás, la mejor descripción de la inquietud, radique en el término “afecto mercurial”. Existe una extrema movilidad en la juventud debido a la multitud de impresiones que inundan su alma. La vida es múltiple; hay poca armonía debido a la gran variedad de llamados procedentes del mundo externo. Por tanto, el gusto mani­festado por jóvenes de cierto tipo hacia el baile moderno, proporciona una expansión muscular a la energía sen­sorial aún no racionalizada. Debido a esta agitación, es difícil para la juventud fijar su atención en un objeto determinado; la perseverancia en el estudio se hace difícil; el impulso del momento llama en alta voz. Esto podría terminar en la delincuencia si la actividad no encontrara una meta. Pero al igual que las otras características, puede ser también la salvación de la juventud, ya que, en realidad, corre en torno a la circunferencia de la expe­riencia humana, para decidir en qué segmento particular se posará para el resto de su vida; da vueltas al mundo de las profesiones y puestos y al final decide dónde reposar. Una vez que esta energía es canalizada, enfocada y racio­nalizada, se torna en el principio del trabajo de una vida y el adolescente comienza a ser lo que Dios quiso que fuera—un hombre que, amando la virtud, sabe cómo amar a una mujer, a un amigo y a la patria misma.

 Mons. Fulton Sheen, "Camino a la felicidad".