Por Mons. Fulton J. Sheen
La
adolescencia o sea la edad de los trece a los diecinueve años, es la breve hora
entre la primavera y el verano de la vida. Antes de llegar a la adolescencia,
hay muy poca individualidad o personalidad, pero en cuanto la adolescencia se
inicia, la vida emocional adquiere el carácter de su ambiente, como el agua
toma la forma del recipiente que la contiene. El adolescente principia a ser
consciente de sí mismo y de los otros y por lo tanto, empieza a vivir en
soledad. La juventud se siente mucho más solitaria de lo que muchos maestros o
profesores suponen; quizá el adolescente agoniza en la soledad de espíritu más
grande que encarará durante su vida, hasta llegar a la madurez, cuando el
sentido de culpas no redimidas empieza a pesarle sobre el alma adulta.
Entre
más proyecta el adolescente su personalidad sobre el mundo que le rodea, más
parece alejarse de él. Es como si entre su alma y el mundo existiera un muro.
Nunca se autoanaliza por completo. Así como al niño le toma mucho tiempo dominar
la coordinación entre sus ojos y manos, igualmente el adolescente tarda en
ajustarse a este mundo extenso, al que se siente tan extrañamente unido. No
puede tomar las cosas como vienen; la novedad, nuevas experiencias
emocionales, grandes esperanzas y sueños, inundan su alma, cada una de ellas
exigiendo atención y satisfacciones propias. No confía su estado emocional a
otros; vive, sencillamente. Es difícil para el adulto penetrar a través del
cascarón en que se refugia. Como Adán después de su caída, se esconde para no
ser descubierto.
Con
la soledad aparece en el adolescente un gran deseo de que se fijen en él, ya
que la vanidad es un vicio que ha de reprimirse desde temprano. El afán de
notoriedad explica las maneras ruidosas de algunos. Esto no sólo atrae las
miradas de otros, sino le hace experimentar un sentido latente de rebelión
contra los demás y afirma el hecho de que vive para sí, a su propio estilo y
como más le agrada.
Con
esta cualidad de impenetrabilidad, se convierte en imitador. En rebelión contra
lo establecido y gobernado principalmente por impresiones fugitivas, se asemeja
al camaleón, que toma el color de los objetos sobre los que se coloca. Se
vuelve un héroe o un bandido, un santo o un ladrón, según el ambiente de sus
lecturas o sus compañeros. Este espíritu de imitación se revela en el traje.
Pantalón de mezclilla, camisa fuera del pantalón y colgando como bandera de un
ejército derrotado, corte de pelo al estilo de los salvajes de Oceanía; todo
esto se hace universal entre la juventud que tiene miedo de “ir contra la
corriente”.
Existen
muy pocos dirigentes naturales entre los adolescentes, pues la mayoría se
conforman con seguir a los otros. Y esta imitación inconsciente es un peligro
moral, porque el carácter depende de la habilidad para decir “no”. A menos que
la educación dé a los adolescentes un entrenamiento de la voluntad, éstos
entrarán en la edad adulta convertidos en esclavos de la propaganda y la
opinión general y permanecerán así el resto de sus vidas. En vez de crear,
imitan. Crear es reconocer el espíritu de las cosas. Imitar es sumergir la
personalidad en el fondo más bajo de la masa.
Los
mayores no deberían criticarlos demasiado, particularmente cuando se rebelan
en su contra. Desde cierto punto de vista no lo hacen contra las restricciones,
sino contra sus mayores, por no haberles señalado una meta y un fin en la vida.
La protesta de los adolescentes no es consciente. No saben por qué odian a sus
padres, por qué se rebelan contra la autoridad, por qué sus compañeros de edad
se descarrían más y más. Pero la verdadera razón está oculta; es una
inconsciente protesta contra la sociedad que no les ha señalado un patrón de
vida. Las escuelas a las que han asistido no les han impuesto restricciones,
disciplina o control personal. Muchos de los profesores han definido la
libertad y la democracia como el derecho a proceder como se nos dé la gana.
Cuando esta fase temporal de rebelión desaparezca, el adolescente buscará una
gran causa a la cual entregarse con entusiasmo total. Necesita un ideal. En
muchos casos, los adolescentes actuales carecen de algo mejor para adorar que
el héroe cinematográfico o la estrella, el director popular de orquesta o la
cantante de radio, hacia los cuales proyectan toda su vida emocional. Esta
manifestación típica de la civilización que se derrumba, pasará cuando se
produzca la catástrofe. Entonces, la juventud buscará imitar otro tipo de héroe
o de santo. Constituye un triste comentario de nuestra civilización, el hecho
de que los adolescentes no se agrupen en torno a nuestros héroes nacionales. Y esto se debe
a que no están
aún listos para ideales más
básicos.
Pero todo vendrá
a su tiempo. Y cuando ocurra, los educadores tendrán que cuidarse para que al
reaccionar contra la educación “progresista” desprovista de disciplina, la
juventud no siga otros falsos dioses, como los jóvenes de Europa cuando se
postraron ante el Nazismo, Fascismo y Comunismo. La capacidad latente para lo
valiente y heroico que existe en toda juventud, surgirá pronto a la superficie
y Dios lo haga, será en los santos y en los héroes en quienes concentrará su
afecto. El ideal ascético ha sido abandonado por los mayores, pero Dios enviará
al mundo nuevas generaciones para darle renovado impulso. Nuestros adolescentes
encontrarán un día su verdadero ideal en el amor por la patria y en el amor a
Dios, particularmente a este último, ya que la función de la religión es hacer
que los hombres sean capaces de llevar a cabo sacrificios que, apoyados sólo en
la razón y el egoísmo, nunca ascenderían a la superficie.
Lo
que llamamos adolescencia, cubre el período intermedio entre la primavera y el
verano de los seres humanos. Así como los incidentes que ocurren a los árboles
y su floración, determinan el producto, así también la experiencia de los
adolescentes ayuda a moldear su madurez. Algunos jóvenes, como algunos frutos,
maduran demasiado pronto y otros nunca parecen madurar, pero hay otros que
colman las mejores aspiraciones de las viejas generaciones.
La
psicología de los adolescentes es tan importante como interesante. Las tres
características dominantes son: introversión, imitación e inquietud.
Introversión:
Una característica que a menudo se nos escapa, debido a la energía de la
juventud, es su conciencia de soledad y su sentido de abstracción, nacidos del
convencimiento de que existe algo así como una barrera entre ella y el mundo.
Los jóvenes tratan a veces de saltar esta barrera, rasurándose antes de tiempo
y creyendo cruzar así el muro que separa la adolescencia de la edad adulta; las
muchachas usan ciertos vestidos y emplean manierismos muy suyos para cruzar ese
puente. Los gestos son pesados, forzados, carentes de gracia; los brazos parecen
demasiado largos y siempre les estorban; las palabras tienen poco valor de
intercambio con los adultos cuando tratan de establecer contacto con el mundo
de los mayores. Hay más imágenes que ideas en sus mundos interiores, lo que
puede explicar, en parte, su incapacidad para establecer contacto con los demás.
A veces, esta misma ineptitud aumenta la introversión y retrotrae a los jóvenes
de ambos sexos dentro de sí. Como la acción exterior no siempre libera el mundo
interior, el adolescente tiene a menudo el recurso de acudir a su mundo
interno, lleno de imágenes, donde él o ella viven su aventura, soñándose ellos
héroes del football y ellas casándose con un príncipe. Las películas son
populares porque alimentan estos sueños diurnos. Pero el panorama general, sin
embargo, corresponde a quien ha llegado, repentinamente, a cierta profundidad
de crecimiento interior, pero que no reconociendo su valor, se expresa mal.
Imitación:
Existe una profunda razón filosófica para la imitación. El yo se encuentra bajo
la necesidad imperativa de surgir de su crisálida; el interior se desgarra por
afirmar su personalidad. La imitación se vuelve sustituto de la originalidad;
ésta obliga a la juventud a su esfuerzo, trabajo, dolor, perseverancia y a
veces, al desprecio de los demás; pero la imitación le otorga la exteriorización
que necesita por medio de una especie de conformismo social. Encerrada dentro
de sí, la juventud tiene que emerger. Ya que es más difícil ser uno mismo y
como a esa edad no se sabe en realidad lo que se es, tórnase el joven en
adorador de héroes; de aquí los clubs de fanáticos, la idealización de los
ejecutantes de instrumentos de percusión, la idolatría por algunos llamados
astros del cine.
Esta
es la razón por la cual en la secundaria, pocas veces se encuentra algún joven
que vista diferente a los demás. La minoría creadora, en la vida adulta, es muy
reducida y por lo tanto, no hay que criticar a la juventud por ser imitadora.
Esta actitud de imitación podría ser peligrosa si lo que se idealiza fuera
rastrero; pero también puede ser influencia ennoblecedora en la juventud si los
imitados son nobles, buenos y patrióticos. La juventud imita porque quiere
crear y la creación pone punto final a la introversión en forma constructiva.
Inquietud:
Quizás, la mejor descripción de la inquietud, radique en el término “afecto
mercurial”. Existe una extrema movilidad en la juventud debido a la multitud de
impresiones que inundan su alma. La vida es múltiple; hay poca armonía debido a
la gran variedad de llamados procedentes del mundo externo. Por tanto, el gusto
manifestado por jóvenes de cierto tipo hacia el baile moderno, proporciona una
expansión muscular a la energía sensorial aún no racionalizada. Debido a esta
agitación, es difícil para la juventud fijar su atención en un objeto
determinado; la perseverancia en el estudio se hace difícil; el impulso del
momento llama en alta voz. Esto podría terminar en la delincuencia si la
actividad no encontrara una meta. Pero al igual que las otras características,
puede ser también la salvación de la juventud, ya que, en realidad, corre en
torno a la circunferencia de la experiencia humana, para decidir en qué
segmento particular se posará para el resto de su vida; da vueltas al mundo de
las profesiones y puestos y al final decide dónde reposar. Una vez que esta
energía es canalizada, enfocada y racionalizada, se torna en el principio del
trabajo de una vida y el adolescente comienza a ser lo que Dios quiso que
fuera—un hombre que, amando la virtud, sabe cómo amar a una mujer, a un amigo y
a la patria misma.
Mons. Fulton Sheen, "Camino a la felicidad".
Mons. Fulton Sheen, "Camino a la felicidad".